La cura de nuestras democracias

Todo en esta vida tiene historia. Tiene historia porque ha sido creado por las personas. El poder en el Mundo Clásico se situaba en la polis, lo que traducimos como ciudad-estado. En la Edad Media será el feudo, una evolución podríamos decir de la polis griega. En los siglos XVII-XVIII empezarán a configurarse los primeros estados. El poder ahora abarca un territorio que es más amplio y más complejo. La separación de poderes aparecerá gracias a la Revolución Francesa de 1789. Los estados se dotarán de fuertes mecanismos para cohesionarse: educación patriótica, himnos, banderas... Pero ya llegados al siglo XXI podemos apreciar que los Estados están en crisis. Nos encontramos a caballo entre la segunda etapa y la tercera: entre el Estado y lo cosmopolita. Las personas podemos darnos cuenta de que en un mundo que está globalizado ya los problemas no son localistas. Ante problemáticas complejas y mundiales la respuesta debe de estar coordinada con otras voces. Aparecen las primeras estructuas supraestatales como Europa, la ONU, la OPEP... cada vez los Estados tienen menos competencias, lo local y lo cosmopolita tienen prioridad. Este proceso es, a pesar de que algunas voces de la derecha se opongan, muy positivo. Las respuestas a crisis económicas mundiales, a catástrofes ecológicas o a terrorismos fundamentalistas no pueden venir dadas unilateralmente por un sólo estado. Sería un error, tal y como ha quedado demostrado con la guerra de Iraq. Pero este proceso lleva consigo un peligro que ya en la segunda etapa empezó a darse. La desconexión entre clase política y clase ciudadana. Muchas personas piensan que en unas elecciones europeas un voto más o un voto menos no importa. No es cierto. De Europa nos viene dado cuánta leche podemos producir, cuántos cereales podemos cultivar, qué sistema educativo debemos cursar (espíritu de Bolonia)... Europa importa, se está construyendo como una alternativa a la uniteralidad estadounidense que nos domina desde la caída del bloque soviético. Pensamos también que da igual que gobierne PP o que gobierne PSOE. Pensamos que da igual fuerzas conservadoras que fuerzas de progreso. Esto es una falacia que la derecha quiere inculcar en la ciudadanía. Aunque el problema es mayor cuando observamos la actitud de nuestros jóvenes y de nuestras jóvenes. No sé si es porque no han vivido épocas de necesidad, si porque el péndulo se ha pasado ciertos límites al ir de la dictadura a la democracia, si no valoran lo que tienen... no lo sé. No sé si es porque se sociabilizan con internet y con programas basura de televisión, pero, en definitiva, la mayor parte de ellos y de ellas no se preocupan por los problemas que les afectan como personas. Y no quiero decir con esto que toda la juventud sea así, por suerte, hay un sector que lucha por seguir construyendo una sociedad más justa. Nuestras democracias están enfermas, se han contagiado de la apatía. La clase política deberemos hacer un reflexión que también deberán realizar todos los agentes sociales y socializadores. Como decía André Comte-Sponville, para ser políticamente progresista debes de ser conservador culturalmente. Es decir, sólo si no olvidamos lo que pasó en las Guerras Mundiales, en la Guerra Civil, en Grecia... nuestas historias, podremos seguir progresando. Debemos lanzar un mensaje de ilusión. La política sí que puede cambiar el mundo. Debemos aspirar a interactuar en los ámbitos en los que nos movemos. En lo local, porque desde lo local cambiaremos lo universal. Si en nuestro día a día aplicamos políticas progresistas acompañadas de actitudes progresistas, entonces el mundo cambiará. Cada granito de arena suma para crear un desiebrto falto de prejuicios y esterotipos excluyentes. Benjamín Constant hablaba de intentar combinar nuestra democracia representativa fría con la democracia directa ateniense (imposible de aplicar en la actualidad por muchos motivos en los que no voy a entrar ahora). La democracia ha de ser una forma de vida. Por definición histórica, democracia y progresismo van unidos, porque las posturas conservadoras jamás apostaron por salir de la oscuridad de la taberna platónica, jamás apostaron por ser ciudadanos. Para ellos es más cómodo ser súbditos que ciudadanos. Ser ciudadano implica tener libertad, implica tener deberes, implica hacernos responsables de nuestras opciones de vida y palabras, implica empoderarnos. Esta última opción no siempre es más cómoda que la de ser súbditos y tener una figura paternal, ya sea un dictador o un dios, que nos protega del dolor. La memoria nos debe proteger de la barbarie, de votar a fuerzas de no progreso. Las palabras hablan por sí solas y nos dicen lo que cada partido somos. Con nuestro gobierno hay más autonomía para las personas, para que constuyan el proyecto vital que deseen, para que se casen con quien quieran, para que estudien lo que quieran, para que si tienen una enfermedad haya esperanzas en la investigación y que se curen, para que se puedan divorciar, para que estudien valores humanos, para que las mujeres se igualen en derechos a los hombres... las vidas de las personas cambian con nosotros y con nosotras. No dememos entristecernos de ver las cosas que hemos constuido mal, debemos de coger fuerzas para transformarlas a mejor. Todo lo que parece que sea natural, que no se puede cambiar, no es fijo. Eso es lo que quieren hacernos ver. Todo lo que nos rodea lo hemos creado y podemos modificarlo (menos lo natural). No es justo que con la política del PP, que sólo atiende a lo material, alrededor de un 93% de la población mundial esté excluida de las esferas de poder, de "lo normal". Luchemos contra eso. Aun quedan esperanzas. El progresismo es la respuesta que la historia nos da. Mirad, como en filosofía se dice: el PP quiere para nosotros el progreso de volvernos a ver caminar sobre cuatro patas.